Si la información suspendida en la red está bien representada por una nube, el término “nube negra” parece adecuado pues describe el oscurantismo propio de la “era de la información”, en la que paradójicamente es aquélla la que abruma, la que oscurece, la que confunde. Los medios masivos pasan de fuente de información a información inútil, de herramienta de comunicación a mero entretenimiento. La información valiosa cuesta o costará dinero, y tendremos que encontrarla en una tormenta de opiniones.
If a cloud is a good representation of the information found on the Internet, the term "black cloud" is suitable because it describes the obscurantism pertaining to the "Information Age", which paradoxically, confuses, darkens and overwhelms. Mass media has chanched from a source of useful to useless information, from a communication device to mere entertainment. Valuable data costs money, or it will, and we will have to look for it in a storm of opinions.
Desde hace siglos, los medios de transporte han sido indispensables para fomentar el intercambio de ideas y productos entre regiones, y posteriormente entre ciudades. Parte del desarrollo tecnológico apuntó a la transportación de cada vez un mayor volumen de personas y/o productos, de forma más rápida y con un menor gasto energético. Muchas de esas máquinas construidas se popularizaron hasta volverse asequibles como bienes de consumo, las cuales, exaltadas por el individualismo que tuvo su auge en la sociedad estadounidense de la posguerra, pregonaban libertad para trasladar a sus propietarios a cualquier rincón de la tierra sin necesidad de rendir cuentas.
Sin embargo, ese desarrollo puede verse desde otra perspectiva: la libertad (o la posibilidad) de consumir genera identidades que cohesionan grupos, lo cuales, por decirlo de alguna manera, comparten ciertos gustos y se presionan para adquirir objetos en orden de pertenecer a un determinado grupo social. “Se ha necesitado el transcurso de un siglo para pasar de la liberación lograda a través de los vehículos motorizados, a la esclavitud impuesta por el automóvil”,
Por otro lado, desde mediados del siglo pasado un crecimiento parecido se registró con los medios de comunicación, los cuales ya contaban con un antiguo y conocido producto con el desarrollo de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. El auge de las comunicaciones y sus sistemas de difusión se potenciaron con la creación de la radio pública y posteriormente la televisión.
Si bien hoy día, después de cien años, podemos reconocer que la pujante industria de los automóviles exageraba la necesidad humana de “liberarse” de su entorno, y sobre todo de hacerlo al pisar el acelerador, estamos nuevamente embelesados por el potencial creciente de información que ofrecen las redes sociales. Muchos han escuchado alguna vez que todo está disponible en internet: al escribir las palabras clave, navegamos por la información contenida en millones de servidores en el mundo para, unos segundos después, encontrar lo que buscamos, ya sea el horóscopo o manuales para construir cohetes.
Pero antes de “pasear por las nubes” habría que pensar en el origen y finalidad de la radio y la televisión.
La radio pública, creada 1922, y la televisión en 1930, son producto del estudio de grupos de investigadores conducidos por intereses públicos o privados -y dirigidos a las masas- quienes crearon una suerte de estructura comunicacional de emisor-mensaje-receptor en la que pueden reconocerse fácilmente a ciertos personajes detrás de cada parte de esa estructura. En su funcionamiento (aunque parezca un tanto obvio mencionarlo) la publicidad, en el esquema de radio o televisión pública, auspicia sus contenidos. Las cadenas radiodifusoras y televisivas crean programas que son preferidos de los espectadores, y en respuesta a esa preferencia las empresas invierten dinero para promocionarse en intervalos inmersos en dichos programas.
Y aunque teóricamente estamos convencidos de que la competencia es el non plus ultra de la autorganización de las sociedades, y que esa dinámica ordena tanto los contenidos como la publicidad, siempre podemos desencantarnos al encender la televisión y averiguar por nosotros mismos lo poco que han cambiado las historias a partir de dicha competencia.
Si en la práctica encontramos que los programas de televisión no responden a nuestros intereses y son auspiciados por la publicidad de productos que tampoco compiten entre sí para mejorar la calidad, sino para acaparar el mercado, la pregunta que surge de esto es: ¿cuál es entonces la verdadera finalidad de los medios? Si Adam Smith y Charles Darwin propugnaban la idea de que la competencia entre pares llevaría a las naciones y a las especies respectivamente a enriquecerse o a evolucionar, ¿cómo es posible que al encender la televisión nos encontremos con que tan pocas cosas han cambiado?
Por el contrario, tal desencanto, generado por la inconexa relación entre nuestros intereses y los medios de comunicación, nos acostumbra a cierto sentido de desarraigo en el que la realidad proyectada sobrepasa a aquello a lo que se aspira y se convierte en una especie de utopía que nosotros como espectadores no podemos, ni creemos merecer, a pesar de que compremos todos los productos que se exhiben allí.
Bajo esta lógica, si antes se describió la función de los medios para informar o entretener, se vuelve igual de obvio que la finalidad última de sus contenidos es la permanencia del statu quo y por tanto la entropía, o en palabras de Althusser, son los medios que buscan “reproducir las relaciones de producción” existentes,
Una historia muy diferente sucede a partir del internet. A pesar de que surge en condiciones muy similares a otros medios de comunicación, la naturaleza propia de esta nueva tecnología pareciera brotar de una estructura horizontal de contenidos compartidos por computadoras personales a través de interacciones peer to peer (P2P) en cualquier parte del mundo. Por esto es que solemos describir al internet, y nuestra interacción con éste, con metáforas alegóricas al pensamiento rizomático, o a las conexiones neuronales en el que inclusive los individuos se difuminan, sólo representados por su ip que no es más que cuatro números del 0 al 255, separados por un punto, y son los contenidos y sus relaciones los que prevalecen.
Lo cierto es que en un principio el internet surgió más que como resultado de la estructura comunicacional presente en sus antecesores, como un ente esquizofrénico de mensajes desarticulados que se conectan a partir de “vínculos hipertextuales”, y generó la percepción en sus cada vez más usuarios de ser un medio “democrático radical”; una estructura en la que toda la información estaba vertida y todas las voces eran escuchadas.
Tal vez lo es. Sin embargo, al llevar el paralelismo de la cita anterior de Illich a los medios electrónicos, cabe la pregunta: ¿cuánto tiempo se va a necesitar para pasar de la equidad en el acceso a la información, a la esclavitud impuesta por las redes sociales?
Han pasado alrededor de veinte años desde la popularización del internet hasta hoy, y en ese desarrollo podemos diferenciar dos tendencias que chocan constantemente: por un lado, el creciente cúmulo de información en La Nube, ya sea creado, transcrito, escaneado, grabado, entre otros, que contiene por igual canciones, obras literarias, ensayos, noticias, chismes y demás; y por otro, la necesidad de acapararlo y ordenarlo con base en criterios (en su mayoría) morales.
La primera tendencia tiene la intención de mostrar el material, es decir, de permitir que interactúe con personas o grupos que compartan ese interés particular. La segunda busca establecer los medios en los que esos intercambios se efectúan, convirtiéndose en una especie de moderador que está particularmente interesado en disponer servidores que colecten contenido, sobre todo el registrado bajo alguna de las actuales normas de propiedad intelectual,
Las dos tendencias tienen sus problemáticas, la creciente Nube por sí sola no distingue entre la información disponible partiendo de criterios de verdad, sino por el número de veces en que otros dispositivos hacen conexión con ésta, por lo que al dificultar discernir entre doxa y episteme nos enfrentamos al “fin de los hechos”
En resumen, simulan las relaciones sociales existentes entre personas al grado de establecer vínculos afectivos que no necesariamente se cristalizan en relaciones reales, como expresa Bauman en una entrevista para El País: “Si un chico pasa tres horas diarias en Facebook tejiendo formas de comunicación alternativa, es natural que crea la ilusión de que ha construido un espacio de democracia diferente, cuando no hay ninguna sola prueba de que esta sea efectiva.”
Nadie puede negar el alcance de las nuevas tecnologías y el impacto que han tenido sobre nuestras vidas. Sin embargo, el problema se encuentra en evaluar nuestra relación con ellas, y que derive en tomar una postura crítica y participar en la construcción de un rumbo con respecto a la creación, cuidado y acceso del conocimiento disponible.
En esa dirección, podemos encontrar iniciativas que buscan por un lado proteger la identidad y la privacidad de las personas detrás de sus computadoras a través de redes que permiten la anonimidad como el caso de 4chan.org, en la que su contenidos y la relación entre usuarios es muy similar a la que se daba hace algunos años en los antiguos programas basados en IRC.
De igual manera existen motores de búsqueda que hacen uso de la red Tor (
Ivan Illich, La convivencialidad (México: Planeta, 1985), 9.
Jean Baudrillard, El sistema de los objetos (México: Siglo XXI, 1969), 206-209.
Louis Althusser, Ideología y aparatos ideológicos de estado (Buenos Aires: Nueva Visión, 1988), 21.
Noam Chomsky, “Las reglas son para los países pobres”, La Jornada (8 de septiembre de 2003). Disponible en:
Victoria Stodden, What should we be worried about (New York: Columbia University, 2014). Disponible en:
Bruce Shneier, “The Public-Private Surveillance Partnership”, Bloomberg View.
Paul Roberts, “Losing The Future: Schneier On How The Internet Could Kill Democracy”, Security Ledger (2 de octubre de 2013).
Daniel Hillis, “Buscando una visión del mundo”, Página 12 (24 de marzo de 2013). Disponible en:
Jean-François Lyotard, La condición postmoderna (Madrid: Cátedra, 2004) 6-8, 11-17.
Zygmunt Bauman, El exceso de información es peor que su escasez,
Mathew Schwartz, “NSA Battle Tor: 9 facts”, Information Week (10 de agosto de 2013). Disponible en: