Junto a las condiciones materiales presentes en las ciudades empiezan a sobresalir, y en ocasiones a dominar, la percepción y las acciones ciudadanas, aspectos más subjetivos relacionados con expresiones de emotividad tales como los miedos, las esperanzas o la búsqueda de ambientes ideales de tranquilidad. Impulsos naturales o inducidos como el deseo de felicidad y el optimismo pueden rastrearse en varios escenarios espontáneos; tal es el caso de personas que se exigen a sí mismas dejar de frecuentar ambientes conflictivos o prescindir de los noticieros (de televisión o radiales) debido a su violencia insidiosa. También en algunas industrias y comercios donde imperan de modo explícito las emociones, como la industria del entretenimiento o las cadenas de almacenes en los Estados Unidos, la gente se ve forzada a sonreír (por ejemplo, las personas encargadas de la facturación en las cajas, quienes si no sonríen al cliente, corren el riesgo ser sancionadas); incluso en las fotos tomadas para algunos documentos de identificación, como la
Al otro lado de la felicidad y de las formas agradables se agazapan el terror y los miedos, las angustias de posibles ataques militares o de grupos violentos o, incluso, los ataques virales, cuya fuerza es muchas veces más imaginaria que real. Estos últimos, que pululan cada vez más, y cuyo peligro es difundido como una especie de eco por los medios, se expanden por el mundo y ocasionan cambios fundamentales en las conductas sociales. Un ejemplo de ello ocurrió en el 2010 con la gripa porcina “proveniente de México”, la cual generó que las autoridades determinaran una serie de instrucciones precisas sobre el cuidado de la higiene: "no dé la mano a nadie", "no bese al prójimo"; o bien, "lávese continuamente las manos", para lo cual se instalaron jabones antivirales en todos los espacios públicos (incluidos los aeropuertos, los parques, las factorías y las universidades), y se recomendó el uso de mascarillas protectoras para evitar el contagio, de forma que cientos de ciudadanos deambularon en-mascarados por las calles de las urbes semejando figuras extraterrestres; este hecho de la gripa porcina llegó a tal extremo de sensibilidad política que estuvo a punto de ocasionar la ruptura de las relaciones diplomáticas entre México y Argentina, cuando esta última nación prohibió la entrada de aviones procedentes del país que imaginaba infectado. Al cabo de varios días de zozobra mundial hubo de admitirse que más que un virus químico, se trataba de un virus mediático, por lo que la Asociación Mundial de la Salud (OMS) se vio en la obligación de relanzar de diferente manera las alertas para exhibir al mortal enemigo con una sigla abstracta: h1n1. Esta rede nominación llevaba implícita la necesidad de evitar que el portador viral se transformara en la imaginación colectiva en el retrato de un cerdo, de forma que fuera más difícil proyectar una representación criminal en tal animal a fin de no afectar considerablemente la apetencia de la gente por su carne, lo cual impactaría, de modo severo, su consumo y venta.
Es preciso destacar que esos nuevos ambientes atravesados por sensaciones y reacciones emocionales revelan urbes dominadas por la estética, entendida ésta no como arte sino como condición de gusto público compartido; una estética social que cobra protagonismo en todas las prácticas cotidianas y que está presente en las calles, los carteles, la música, los medios tradicionales y digitales, la moda y el consumo, de suerte que ni siquiera la muerte escapa, pues la industria funeraria ha multiplicado sus servicios haciendo de la belleza misma su primer aliado al lado de la ética y la religión. Vivimos, pues, un nuevo régimen social en el que, al parecer, la estética reemplaza al arte, a la vez que se convierte en una experiencia dominada en primer lugar por el hedonismo, lo que se traduce, como ha ocurrido siempre, “en un mayor o menor grado de placer y satisfacción sensibles”. Pero no se trata de ese placer inspirado en el arte histórico dominado por la contemplación de la armonía, ni del sentimiento sublime estimulado por la belleza convulsiva o por el genio; tampoco aquél de la transgresión, como subraya Yves Michaud.
De esta manera, las emociones se revelan como una instancia pública que traspasa lo material para ampliarse a otros territorios simbólicos, los cuales incluyen cada vez más los espacios virtuales donde interactúan los ciudadanos. Kant señaló que el fundamento de la estética reside en la sensación y que el conocer no procede sólo de los juicios lógicos, sino también de aquéllos originados en el cuerpo y basados en la sensación. El conocimiento metafísico no puede ser empírico, dijo en sus
En años recientes, un grupo de estudiosos
Se trata de examinar un enfoque de circulación pública del cuerpo desde la medicina, en donde los trasplantes, los cuerpos reparados con biomateriales o la reasignación del sexo, son ejemplos de otra estética, un “retorno de Frankenstein en la vida real”, algo así como ver circular con prótesis unos nuevos y enormes senos que antes no existían en esa persona concreta. Las urbes actuales, dice Julio Mayol, han convertido el cuerpo humano en la Quimera, el animal mitológico, hijo de Tifón y Equidna, formado con las partes de otros tres seres: un león, un macho cabrío y un dragón. Un deseo urbano en ascenso es contar con un supermercado permanente dedicado al trasplante de órganos, a la reparación de nuestros cuerpos: “las quimeras transgénicas”.
Pero lo anterior trae consigo nuevas emociones. El anciano que se apoya en el viagra para mantener la vitalidad sexual rompe con un efecto natural de la vejez: interactúa con nuevas fuerzas, nuevos cuerpos y posiblemente nuevas parejas. Su cuerpo envejecido no concuerda con su órgano sexual rejuvenecido. ¿Corresponde ello a una nueva consideración de monstruosidad? De seguro no: se trata de aprovechar las opciones que ofrece la medicina, munida de poderosas y actuales tecnologías, mediante las cuales es posible intervenir los cuerpos, y que, indudablemente, forman parte de la contemporaneidad. Sólo que esas intervenciones no se realizan aún de modo integral, sino apenas sobre algunas porciones del cuerpo; esto propicia una reparación parcial y permite que otras partes continúen su desgaste natural.
De suerte que tanto la medicina estética como la industria farmacéutica de gran desarrollo parecen convertirse en trascendentales aliadas de las nuevas emociones urbanas, hasta llegar incluso a modificar las identidades de género.
Es imperioso reflexionar sobre la marcación de la ciudad por la publicidad, lo cual se traduce en una imagen emblemática del cuerpo hiperdelgado, intervenido quirúrgicamente, ejercitado, dietético, maquillado (“las diosas de la belleza de la publicidad […] ideal que refleja en el espejo deseos y anhelos antes que imágenes reales, que excluye […] el mal aliento”). ¿Qué significa sentirse bien con su propio cuerpo?, se pregunta Cristina Peña-Marín.
¿Excluye la publicidad los cuerpos reales? Para Peña-Marín la publicidad introduce un imaginario de inseguridad en sus estrategias estéticas y comunicativas pues brinda respuestas a través de los productos que ofrece. Sin embargo, más allá de ese paradigma de limpieza, orden y estética de superficie, todos los mortales resultan naturalmente amenazados por alguno de sus sentidos; como el olfato, que capta el olor del sudor y de otras secreciones: es decir, por la percepción escandalosa de aquellas sustancias corporales sobre las cuales se lanzan infinidad de industrias armadas de perfumes, desodorantes y aromas naturales que van a conjurarlas. En ello reside el constante peligro del “mal aliento [que combaten] los anuncios de dentífrico, de la caspa que deja nieve sobre los hombros, del olor corporal curado por desodorantes”; en conclusión, “las miserias del cuerpo, cuando se conciben como potenciales causas de vergüenza para el destinatario, son metaforizadas o tratadas elusivamente […] sólo un niño pequeño, por ejemplo, puede indicar el mal olor de un inodoro”.
Empero, es el cuerpo femenino el que mejor encarna la belleza y las emociones, pues en él lo espiritual y lo material se funden en una unidad, de ahí su triunfo en la publicidad. En la imagen de un desfile de pasarela en Medellín se retrata a quienes se encargan de tomar fotos a las modelos; aquí es posible comprobar visualmente el “espasmo de asombro” de quienes parecen sucumbir ante el hechizo de aquello que “aflora” frente a ellos; figura que, bien es cierto, no se puede definir en su naturaleza corporal, pues definitivamente fluctúa entre la mujer carnosa y la divinidad celestial. Sin embargo, ese paradigma de belleza y atracción que se daba en la mujer se ha ampliado hasta hacerse propio de una edad o una forma: cuerpos jóvenes, esbeltos, saludables, con la esperanza del éxito social, del reconocimiento como seres deseados; entonces, al final, son sometidos al imaginario de sujetos amados.
En este punto me refiero a la sobrexposición de los cuerpos en los espacios públicos y en las redes sociales, para asumir que asistimos a un surgimiento tan persistente de las subculturas, que atrás va quedando la idea de tribus urbanas como una presencia corporal y juvenil, exótica y aislada.
En efecto, el pensamiento
Lo
Encontramos en este aparte grafitis, definidos por naturaleza como escritura de lo prohibido,
Las emociones de las visiones públicas de lo prohibido se pueden plasmar en infinidad de objetos; por ejemplo, prohibir la burka de las mujeres islámicas en Francia es parte del ideario del pensamiento liberal en defensa de la mujer oprimida, pero a su vez responde al temor que supone ver en las calles a una persona tapa-da; cubrirse con un velo, dice el filósofo Žízék,
Otro tema de impacto emocional tiene que ver con la pornografía: existen fotos porno prohibidas para su circulación pública, pero permitidas en otros formatos, por ejemplo en un cartel universitario o en una obra de arte, donde pasan a formar parte de la visión pública, tal como se aprecia en la imagen, que muestra un cartel expuesto en un bar de Medellín. A su vez, si se compara el título en la portada del libro que la joven tiene en sus manos,
Miremos ahora la otra fuente de imágenes públicas dentro de las cinco anunciadas: los cuerpos imaginados.
Para nuestro enfoque, se puede afirmar la no correspondencia entre ciudad y urbanismo. Mientras la ciudad concentra multitudes de ciudadanos dentro de fronteras geográficas más o menos precisas y territoriales, lo urbano viene desde afuera para romper los límites físicos de la ciudad y, a su manera, desterritorializarla. Lo urbano, entendido desde los imaginarios, corresponde, entonces, a un efecto de incorporaciones sociales sobre todo lo que nos afecta y nos hace ser ciudadanos: la ciencia, lo público, los medios, en fin, las tecnologías, pero igualmente los sistemas viales en el terreno físico, o el arte y la literatura en la creación simbólica. Lo territorial no será, desde esta configuración, tanto un espacio físico como un lugar de relaciones, de interacciones e intercambios que producen contextos en variadas escalas, desde las más vecinales hasta las más globales.
Toda producción imaginaria significa de este modo un desplazamiento y una revaloración como imagen
en la percepción, lo que aumenta su potencia visual y hace que represente, por
tanto, algo que no es el objeto mismo sino sus encarnaciones. Los imaginarios son en
sí mismos invisibles y se delatan a partir de los objetos que han encarnado. En una
ocasión alguien me preguntó: “Si los imaginarios son invisibles, ¿cómo mostrarlos?,
¿cómo mostrar la angustia frente al miedo, más allá de ser una circunstancia
psíquica que se comparte con otros?” Pues bien, el miedo como imaginario adquiere
representación visual cuando sale de las personas -en tanto que individuos-, se
desplaza y se incorpora socialmente -es decir, toma cuerpo público en un objeto-,
por ejemplo, en un edificio. En el caso de la imagen reciente en Caracas no se
muestra propiamente el edificio cubierto de rejas, sino el miedo que lo encarna. Es
el desplazamiento de un objeto real, el edificio, hacia un objeto de pasión, un
sentimiento colectivo que movió a sus moradores a construir barrotes para defenderse
de los posibles ataques a su propiedad, los cuales prevén en su visión comunal. A
estos cuerpos imaginados que rondan las urbes y orientan las acciones ciudadanas que
los caracterizan como mentalidad social, los llamo urbanismos ciudadanos.
En relación con lo público y su exhibición, los imaginarios son ciertamente invisibles aunque estén presentes: son cuerpos fantasmas que actúan en la encarnación de los objetos urbanos o desde los pensamientos de sus habitantes. Entonces, los imaginarios que urbanizan pueden preverse como el desencadenamiento de afectos y sus desplazamientos de incorporación, razón por la cual los fantasmas urbanos se materializan ellos mismos en los imaginarios sociales, bajo la “incorporación de sentimientos”. Al tratar de comprender sus dos de actuación social, he llegado a la conclusión de que es posible construir un modelo que podría generar inicialmente tres distintas situaciones de realidades en las cuales cabrían, en principio, todas las posibles manifestaciones que sostienen el paradigma de la “ciudad imaginada”, es decir, esa ciudad donde habitan los fantasmas urbanos y desde la cual los ciudadanos viven sus ciudades reales.
En las siguientes fórmulas presento casos concretos tomados de nuestros estudios de campo adelantados en varias urbes internacionales.
La primera situación de realidad ocurre cuando un hecho, un objeto o un relato no existen en la realidad empírica comprobable, pero son imaginados por una colectividad y vividos como realmente existentes, lo que ocasiona una gestualidad ciudadana. Caben acá las situaciones más evocativas y menos llamadas a su realización empírica; por tanto, es la situación con mayor capacidad detonante del fantasma urbano.
La avenida Hidalgo, en el centro de la Ciudad de México, solía identificarse con un olor fétido debido al paso de aguas negras sin canalizar. Pero en 1999 el gobierno local solucionó el problema y los malos olores desaparecieron en la realidad objetiva, aunque continuaron presentes por un tiempo en la percepción ciudadana. La solución consistió en que las autoridades encargaron al escultor Enrique Carvajal, conocido como “Sebastián”, realizar una gran escultura amarilla llamada “Cabeza de caballo” (popularmente llamada “Caballito”) -muy vistosa por lo demás-, que se instaló en el lugar de donde provenían los olores pestilentes. Este acto cambió una desagradable percepción olfativa imaginaria por una imponente imagen visual ecuestre moderna. Esto muestra que el imaginario social no sólo corresponde a una percepción colectiva, sino a una categoría de la cognición de alta subjetividad social.
Esta primera situación de producción de imaginarios urbanos se ubica por fuera de los bordes del empirismo y reclama más bien una extrema subjetividad social que no admite comprobación según los filtros tradicionales de las ciencias sociales.
Se trata de un objeto, un hecho, un relato o un texto que existe empírica y referencialmente, pero que no es usado ni evocado socialmente por una urbe, por toda la colectividad o por algún grupo de ella. Caben situaciones más empiristas. Ayudan a distinguirlas estados de olvido de sitios, objetos borrados de la memoria, hechos históricos apenas recordados o lugares no visitados.
Tal es el caso del centro de la ciudad de Montevideo, donde los autores de
Esta segunda situación del modelo triásico ubica un hecho factual que no amerita recreación para una colectividad, y que genera un abandono por parte de algún grupo significativo de ciudadanos, según distintos puntos de vista urbanos. Se produce así una especie de negación sobre un objeto de una parte de la ciudad o de un hecho social, de forma que lo negado sigue existiendo tan sólo en la realidad.
La Paz, capital de Bolivia, es una de las urbes con más uso de la calle como expresión estética y política. Esa profunda relación entre lo real y lo imaginado, entre el accionar del arte y de la protesta, entre la evocación y la realidad festiva, es puesta de relieve como un complejo entramado por Carlos Villagómez, autor de
Cada nueva situación urbana puede recomponer los croquis ciudadanos existentes, pues las fronteras entre lo real y lo imaginado son muy débiles, sobre todo cuando alguna conmoción afectiva se hace presente. En esta tercera situación los ciudadanos logran un buen equilibrio entre lo real y lo imaginado: es real porque así lo imagina la colectividad.
En conclusión, las tres situaciones conforman el urbanismo ciudadano pues, como se dijo en los postulados lógicos descritos, al ser los imaginarios visiones del mundo creadas de modo grupal, los modos de percepción, pensamiento y sensación ciudadanos llevan a las acciones colectivas que conforman el espacio público de convivencia en cuanto a formación de pensamiento social.
Véase
Para ampliar el tema, consultar
Convocados por la crítica de arte española Estrella de Diego.
Véase
Sobre la definición de estos fenómenos urbanos consultar mi libro
En mi
Según el proyecto “Imaginarios urbanos”, en veinticinco ciudades de América Latina, Estados Unidos y España, entre 1998 y el presente. Consultar página web:
Carlos Villagómez,