La revolución es un acto de purificación; con ella se pretende replantear una serie de valores fundamentales que integran, en conjunto, diferentes fracciones de una sociedad. La Revolución rusa, enérgica y poderosa, no sólo buscaba derrocar a un añejo sistema político, sino que pretendía ser la vía única para consolidar una renovación nacional total. Sumados a la clase obrera, artistas y científicos alimentaron el fuego de la lucha social.
La vanguardia rusa comprende variados movimientos artísticos cuyo clímax creativo ocurre en las tres primeras décadas del siglo pasado. Episodio paradigmático en la historia del arte, el espacio temporal compartido por las novedosas propuestas y la Revolución de octubre no fue una casualidad: la nueva sociedad requería nuevas formas de representación, y sólo este contexto podría favorecer a las osadas manifestaciones que cambiarían para siempre el imaginario ruso.
El Palacio de Bellas Artes, pálido testigo de la actividad cultural de nuestro país, fue recipiente de la exposición “Vanguardia Rusa, el vértigo del futuro”. En sus interiores se resguardaron décadas de progreso artístico, social e intelectual, manifiesto en disciplinas que componen desde las necesidades materiales de una sociedad, como la arquitectura y el diseño industrial; refuerzos educativos y mediáticos, como la fotografía, el cartel, el cine y el teatro, y aun búsquedas estéticas reflejadas en la pintura, escultura, música y literatura.
Obras de importantes artistas como Rodchenko, Malevich, Kandinsky, Eisenstein, Rozanova y Stepanova, cuyos nombres resuenan en colecciones internacionales como las del Centre Pompidou o la Biblioteca Nacional Rusa, se encontraron reunidas por primera vez en nuestro país.
La revolución exige un nuevo modo de habitar. De ahí que los núcleos dedicados a la arquitectura y al diseño industrial exploraran las transformaciones del universo de la vida cotidiana bajo el pensamiento constructivista.
Las obras reunidas en el núcleo arquitectónico ofrecieron tres lecturas diferentes: los proyectos realizados, revisitados con material documental que dejó ver su estado actual; los proyectos no realizados, donde la reconstrucción del “Modelo del monumento a la Tercera Internacional” de Tatlín fue protagonista, y por último, la obra pictórica, reflejada en las vertiginosas ilustraciones de Chernikhov. En lo referente al diseño industrial, objetos cotidianos como vajillas y textiles, trastocados por la nueva estética, fueron apreciados en el contexto de su concepción para discernir el proceso de reorganización imaginativa que impregnó en las costumbres soviéticas.
La presencia de obras ícono de los militantes vanguardistas en el núcleo pictórico como
En una Rusia donde el analfabetismo representaba más de 70% de la población, el arte, junto con la ciencia y la tecnología, necesariamente debía encauzar la lucha social. En este ámbito, el cine y el cartel operaron como las disciplinas de mayor fuerza mediática. El núcleo dedicado al séptimo arte, reforzado con un ciclo de cine en la Cineteca Nacional, proyectó fragmentos de la obra de importantes directores como Eisenstein, Vertov y Pudovkin, revolucionarios mudos cuyas innovadoras formas de ver el mundo desafiaron a la realidad reconocible.
Si bien se ha hablado sobre los aciertos de la exposición, no está de más comentar también algunos tropiezos, particularmente en lo que concierne a los laberínticos recorridos, la distribución de la obra reunida en la totalidad de las salas del museo y la utilización de fútiles recursos museográficos, como el muro que recibe a los carteles, desafortunado para la exhibición de los mismos, pues su proximidad con el visitante dificultó la apreciación de las obras en la parte más alta; sin embargo, este núcleo exploró una propuesta gráfica diferente a la pintura: la articulación de palabras y propuestas visuales, que por su valor propagandístico y educativo, llegó a ser considerado como el auténtico arte del proletariado.
La exposición que conmemoró 125 años de relaciones diplomáticas entre México y Rusia, y que estuvo abierta al público hasta el 7 de febrero de 2016 fue, sin duda alguna, un hito en la historia reciente de los espacios museográficos del país. Se presentó un complejo tejido interdisciplinario, reflejo inequívoco de un pensamiento revolucionario sin límites ni ataduras, cuya principal meta, la aprehensión del mañana, nos hizo reflexionar sobre la importancia de nuestro actual trabajo de creación y su ineludible impacto en el futuro.
Reseña de la exposición “Vanguardia Rusa, el vértigo del futuro”, curaduría de Sergio Raúl Arroyo, presentada en el Palacio de Bellas Artes del 22 de octubre de 2015 al 7 de febrero de 2016