baBitácora ArquitecturaBitácora Arq.2594-08652594-0865Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Arquitectura10.22201/fa.14058901p.2015.30.56644InvestigaciónTokio: Reconsideraciones sobre el miedo y la monstruosidad
urbanaTokyo: Reconsiderations on fear and urban monstrosityBalboaRafael A.*Doctor en Arquitectura, Investigador
Laboratorio Kuma Kengo, Universidad de Tokio, Japón, e-mail:
rafbalboa@hotmail.comJapónrafbalboa@hotmail.comMar-July2015307281Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia
Creative CommonsResumen
La figura del monstruo puede servir para formar una metáfora sobre la
configuración de algunas ciudades contemporáneas y de cómo nos van construyendo.
El texto propone reconsiderar la ciudad de Tokio como un paradigma de diversos
miedos y monstruosidades urbanas en diferentes momentos de su historia. Primero
se reconoce una monstruosidad cosmogónica y mitológica, la cual fue,
posteriormente, corporeizada en diversos desastres que cambiarían radicalmente
la morfología de la urbe. Con una ciudad casi devastada en su totalidad durante
la segunda Guerra Mundial, una nueva monstruosidad simulada aparecería, más como
ficción, de la mano de los avances tecnológicos y mediáticos, donde el monstruo
pasa de ser una figura consumidora a una consumible. Una última monstruosidad
urbana se reconoce en la arquitectura más contemporánea, con bases en la
arquitectura del grupo de los meta bolistas en los años sesenta, la cual durante
la postmodernidad devendría en la colección disímbola y mutante de sus partes.
El texto busca explicar esta monstruosidad más reciente mediante una analogía
con el cuerpo extendido a través de la prótesis y de la posibilidad de mutación
continua que le confiere. Al final, se encuentra en la metáfora del monstruo una
figura dinámica, capaz de regenerar las diferentes fuerzas que van formando y
deformando nuestras ciudades.
Abstract:
The monster figure can work to construct a metaphor of the configuration of some
contemporaneous cities and how they are being constructed to us. This paper
proposes to reconsider Tokyo as a paradigm of diverse urban fears and
monstrosities in different times of history. First, this text recognizes a
cosmogonical and mythological monstrosity, which was, subsequently, embodied in
different disasters that would utterly change the morphology of the city. With a
city devastated almost in its entirety during World War II, a new simulated
monstrosity would appear, more like fiction, hand by hand with the technological
and media advances where the monster would go from a consumer figure to one
consumable. One last urban monstrosity is recognized in the more contemporaneous
architecture, based on the Metabolism movement in the sixties, and that during
postmodernity would become the discordant and mutant collection of its parts.
This text seeks to explain this recent monstrosity, creating an analogy of the
extended body through the prothesis and the possibility of continuous mutation
that it offers. Finally, we find a dynamic figure in the monster metaphor, one
capable of regenerating the different forces that form and deform our
cities.
Tríptico representando un pasaje del Kojiki donde Susanoo
(Dios Sintoísta del Mar) subyuga al monstruo Yamata-no-Orochi. Autor: Toyohara
Chikanobu
La figura del monstruo tiene una relación paradójica en el imaginario emocional del hombre. Por un lado se ha construido como una entidad que en-cierra nuestros mayores miedos, y por otro es objeto de algunas de nuestras mayores fascinaciones; le tememos pero deseamos saber más de él y de las causas de su excentricidad, referida siempre desde nuestra propia humanidad. Aristóteles, en su Poética, escribía ya sobre este gusto por lo desconocido y lo obscuro, y más adelante otros filósofos lo reforzarían, como Kant con su elogio a lo sublime, al que reconoce como una emoción compartida entre el miedo y el placer. El monstruo es en esencia alteridad, y bien sirve para construir una metáfora sobre la configuración de las ciudades que hoy habitamos y la relación que tenemos con ellas, con lo que nos ayuda a dar cuenta de los mitos y los ciclos en los que hemos sido consumidos y reconstruidos junto con ellas.
Dentro del imaginario colectivo, el miedo funciona de forma similar a una ideología donde siempre hay una parte que la produce y otra que la consume. Si consideramos al monstruo bajo el primer supuesto, ¿cuál sería la forma del monstruo que ha acechado en diversos momentos dicho imaginario? Empecemos por una inquietante leyenda que aparece en la esquina inferior izquierda del grabado número 43 de la serie Los Caprichos (1799) del pintor español Francisco de Goya: “El sueño de la razón produce monstruos”. Mu-chas han sido las interpretaciones que se han dado al texto que acompaña el dibujo; una más podría ser aquélla que correspondiera con la idea de Patrick McGrath en su novela Lo grotesco, donde sugiere que la imaginación siempre tiende precisamente a eso: lo grotesco. El poeta francés Víctor Hugo escribía en su obra teatral Cromwell (1827) que la estética de lo grotesco es en cierto modo la estética de lo monstruoso, pues convergen hasta un punto en donde los términos podrían llegar a ser interpretados casi como uno mismo. Aunque no dejan de ser temas centrales en cómo nos relacionamos con nuestro entorno, monstruosidad y grotesco aluden particular e inevitablemente al miedo como una emoción capaz de transformar nuestro entorno.
En el mundo occidental la palabra monstruo deriva del latín monstrum, que
corresponde al verbo “mostrar” o “advertir”. Kaibutsu (怪物), su
equivalente en el idioma japonés, es un ideograma (kanji) compuesto que
va más allá del verbo, pues también refiere cómo se nos muestra. El primer ideo Grabado
43 de la serie Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799 grama, ayashii
(怪), tiene connotaciones con ideas sobre “algo” sospechoso, misterioso o simplemente
algo que aparece súbitamente -ya el segundo ideograma denota “cosidad”, “objeto”. Al
igual que en otras culturas antiguas, el monstruo en la cultura japonesa es una figura
enigmática y entre-tejida con la de los dioses. El primer recuento de ello se observa en
un mito cosmogónico dentro del Kojiki (lit., “registro de cosas
antiguas”), donde se representa a un monstruo acuático similar a una serpiente con ocho
cabezas y ocho colas, de nombre Yamata-no Orochi (八岐の大蛇), subyugado por el dios Susanoo,
que después es expulsado del paraíso por engañar a su hermana Amaterasu, diosa del
Sol.
Grabado 43 de la serie Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799
Escultura de un guardián Nio a la entrada de un templo Budista. Fotografía: Rafael A. Balboa
Una vez que el mito desciende al plano terrenal, su representación adquiere formas que
innegablemente remiten a valores culturales específicos. Si bien advertimos en él las
fuerzas sobrenaturales que amedrentan la existencia humana, para nuestro argumento la
relevancia reside en la condición híbrida del monstruo, en sus multiplicidades y en la
inventiva para recombinar elementos disímbolos que le confieren un carácter ambiguo e
indefinido. Esta hibridación en la cultura japonesa sucede tanto en un nivel cultural,
con conceptos heredados de otras civilizaciones -como la hindú y la china-, como en la
yuxtaposición de elementos simbólicos con otros que existían en la vida diaria. En la
arquitectura religiosa, por ejemplo, se observan varias de estas características en
criaturas que resguardan la entrada de los templos, a veces en forma de animales
híbridos entre león y perro (komainu), o incluso entre demonios y
humanos (nio). Una cualidad fundamental comprendida dentro de la
representación del monstruo, y que parece tener un fin común en casi todas las culturas
antiguas, es la producción espacial a partir de la manipulación de emociones ligadas a
su imagen, donde el miedo y lo grotesco son corporeizados.
En la cultura japonesa poco se habla del campo emocional, que socialmente se evita expresar
directamente y que se entiende más desde una perspectiva colectiva. Quizás algo que nos
ayude a comprender este hermetismo es lo que el folklorista Kunio Yanagita refiere como
“la postura de la persiana de bambú (sudare)”, es decir, el gusto de
poder mirar pero sin ser visto o escrutado. Aquí sería importante distinguir el campo de
las emociones de aquél de los sentimientos, pues si bien están concatenados, son
diferentes. Carl Jung y Abner Cohen señalan que lo emocional está ligado a objetos o
eventos puntuales, y hacen hincapié en su temporalidad y significado; mientras que los
sentimientos suelen ser de carácter cultural, más estables en el tiempo. Mita Munesuke
menciona, por ejemplo, en su libro Psicología social del Japón
moderno,1 algunos de los
sentimientos que se expresaban en la música durante el periodo de posguerra, tales como
odio (ikari), resentimiento (urami), desesperación
(yake), alegría (yorokobi), esperanza
(kibou) y ambición (haki), por mencionar algunos.
A continuación intentaremos hacer una objetivación del miedo a través de la figura del
monstruo como detonador de algunos de esos sentimientos en los eventos que lograron
transformar la ciudad en diversos momentos de su historia.
Mitología de la monstruosidad urbana
Algunos autores, como Mike Davis en su libro La ecología del miedo,2 han intentado poner en el
apocalíptico mapa emocional ciudades como Los Ángeles que, junto a otras como Nueva
York, se suma a aquéllas que han seducido el imaginario colectivo a través de su
ficticia destrucción. Por encima de la imaginación humana, quizás no exista otra
ciudad en el mundo que haya sido objeto de destrucción natural o inducida por el
hombre como Tokio, cuya historia urbana también se puede interpretar como una que ha
girado de una u otra forma alrededor del miedo.
Rollo horizontal representando el Gran Incendio de Meireki Propiedad del Museo Edo-Tokyo, 1814
Consideremos la historia del miedo en esta ciudad primero como un mito, casi como un fantasma
que hasta hoy sigue presente en algunas prácticas cotidianas. A menudo, durante los
primeros meses de invierno, cuando el aire de la ciudad es más seco, es común
escuchar, en algunas áreas de la ciudad donde aún se conservan construcciones y
casas viejas, a un grupo de vecinos que se han organizado para advertir a otros con
una frase que repiten sin cesar, “hi no youjin!” (火の用心), “¡cuidado
con el fuego!”, casi a modo de peregrinación, al mismo tiempo que van golpeando
rítmicamente un par de piezas de madera colgadas al cuello.
En busca del origen del mito, volvamos al año 1700, cuando la ciudad se llamaba Edo y aún no
cambiaba su nombre al de Tokio, lo cual no haría sino hasta un poco más de siglo y
medio después. La ciudad ya era para entonces el asentamiento humano más poblado en
el mundo, con cerca de un millón de habitantes, pero ya no era aquella ciudad
histórica que había nacido bajo el régimen de los Tokugawa en 1603. Habían pasado un
poco más de cuarenta años desde el Gran Incendio de Meireki, en 1657, que había
destruido más de la mitad de la ciudad, y donde se estima murieron cerca de 100 mil
personas. El evento, según algunos, había iniciado en un templo de la zona de Hongo
(al norte del palacio imperial, cerca de lo que hoy es la Universidad de Tokio)
originado por el incendio de las mangas largas o furisode (振袖) del
kimono de una joven, de ahí que también se le conociera como Incendio Furisode. La
ciudad parecía reducirse a una expresión popular del periodo: “Las peleas y el fuego
son las flores de Edo”, la cual hablaba de algunos miedos que se fueron incorporando
en la cultura popular a través de su representación en el arte, como en el caso de
algunas obras en el teatro Kabuki.
Roman A. Cybriwsky apunta que a partir de este evento la morfología de la ciudad sufrió transformaciones importantes como medidas de prevención contra incendios, tales como el ensanchamiento de calles, el uso de materiales ignífugos para la construcción de viviendas y la regulación de sus alturas con un límite de dos pisos.3 Otras medidas que también observa son la construcción de nuevos puentes para facilitar la evacuación de lugares con mayor densidad de vivienda y la reubicación de templos y zonas, como la de Yoshiwara, el único distrito en Edo destinado a la prostitución; éste originalmente se encontraba en la zona de Nihonbashi, que se movió hacia el norte de Asakusa en una zona que actualmente se conoce como Senzoku 4-chome, y que se rodeó con un foso de agua como medida de protección, así como para controlar y aislar la zona de los distritos vecinos.
Aunque hubo otros desastres sucesivos al Gran Incendio de Meireki, como el terremoto de Genroku en 1703 o el de Ansei Edo en 1855, pasarían casi dos siglos y medio más para que la ciudad volviera a ser visitada por el miedo, corporeizado en otro desastre de gran magnitud: el Gran Terremoto de Kanto. Era casi el mediodía del primero de septiembre de 1923, justamente el mismo día en que se iba a inaugurar el célebre hotel Imperial, diseñado por Frank Lloyd Wright en un terreno muy cercano al palacio imperial, frente al que hoy se conoce como Parque de Hibiya. La gente se preparaba para el almuerzo cuando un sismo con magnitud de 7.9 grados en la escala japonesa destruyó más de 60% de las viviendas en Tokio y más de 70% en la zona de Yokohama, más cercana al epicentro, en la Bahía de Sagami. El terremoto vino acompañado de fuertes vientos que multiplicaron incendios de pequeña escala dispersos por toda la parte este de la ciudad, y que, sumados a tsunamis, tifones y un ciclón, lograron borrar más de 40% del área urbana en uno de los mayores desastres registrados en su memoria. Lugares como el parque de Ueno se convirtieron en refugio para muchos damnificados. Allí, la estatua de Saigo Takamori, a quien se le considera el último samurái de Japón, se convirtió en un punto de encuentro donde la gente dejaba mensajes con la esperanza de encontrar a su gente. También hubo odio en la ciudad, especialmente el que se desencadenó durante los días siguientes al evento en contra de la comunidad coreana, inculpada por algunos como supuestos responsables de saqueos y envenenamiento del agua de los ríos, todo lo cual terminó en una masacre que nos recuerda cómo el miedo también puede ser una emoción contagiosa.
Área de Ginza después del Gran Terremoto de Kanto, 1923. Publicada por: Yoshikawa Koubukan
Área de Nihonbashi, cerca del puente de Shin-Ohashi después de los bombardeos en 1945. Propiedad de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos
De aquel evento, actores políticos como Goto Shinpei, anterior alcalde de la ciudad y nombrado
ministro interior después del desastre, vieron una oportunidad única para
reconstruir Tokio bajo el modelo de una ciudad moderna. Autores como Seidensticker
indican que después del Gran Terremoto de Kanto empezaría el declive de lo que se
conocía como “Shitamachi” (lit., "ciudad baja", por estar topográficamente
al nivel del mar), para dar lugar al surgimiento de la “ciudad alta”, con el
desarrollo de nuevas áreas dentro de la línea de tren periférica (Yamanote) como
Shibuya, Shinjuku eIkebukuro.4 Ciertamente, a partir de éste evento se
puede hablar del primer sistema de planeamiento urbano de Tokio, con políticas de
reestructuración de la tierra y expansión del sistema de trenes en la ciudad, así
como del surgimiento de nuevas tipologías de vivienda con apartamentos de concreto
armado tipo Dojunkai y las primeras ciudades jardín
(den-en).
El siguiente periodo obscuro para la ciudad vendría sólo 16 años después, con la segunda Guerra Mundial. Los bombardeos en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki son pasajes históricos frecuentemente recordados dentro de los grandes desastres, pero también otras, como Tokio, quedaron devastadas casi en su totalidad. El periodo de posguerra en Japón también es conocido como la era del crecimiento acelerado; entonces, durante los siguientes veinte años, prevaleció una obsesión por el desarrollo económico mediado por el avance tecnológico. Mientras Japón se reconstruía nacería un nuevo tipo de monstruosidad ficticia, producto de la hibridación de la cultura americana con la japonesa.
Era 1954 y, de la mano de los avances tecnológicos, aparecía en los primeros televisores en
blanco y negro un monstruo colosal con el nombre de “Godzilla”. Al mismo modo de
King Kong en Nueva York sobre el Empire State, el monstruo llegaba para destruir
Tokio. Su creador, Tomoyuki Tanaka, trabajaría con el cineasta Eiji Tsuburaya, quien
había participado anteriormente en películas de propaganda de guerra y efectos
especiales en algunos programas educativos. Tsuburaya se convertiría más adelante en
una figura central para alimentar la cultura mediática con todo un catálogo de
monstruos, y dedicaría su carrera a construir monstruos y destruir ciudades. Al
igual que los monstruos de la mitología antigua, o aquéllos de Borges en su
Libro de los seres imaginarios,5 Tsuburaya, ayudado por el artista Tohl Narita, producía
un sinfín de ellos a partir de la combinación de otros seres, con lo que creó el
género kaiju eiga (lit., "película de monstruos"). Aquí
encontramos diferencias entre el monstruo que mencionábamos al principio,
kaibutsu, con el uso de la palabra kaiju (怪獣).
Aunque ambos comparten el primer ideograma, kaiju refiere mejor la
idea de extrañeza, o bien criatura extraña. La incorporación del miedo en la figura
del monstruo pasó de ser una consumidora a una consumible.
Mapeo y tipificación de elementos agregantes en fachada, Shibuya Center Gai. Rafael. A. Balboa. Tesis doctoral, 2014
Principios de prosto-urbanismo
Los intentos por descifrar algunos de los fenómenos urbanos dentro del contexto de una ciudad
como Tokio a menudo escapan del alcance del urbanismo más ortodoxo. Mutaciones
continuas, en parte impulsadas por una sociedad consumista, y la alta demanda de
servicios en el que sigue siendo hasta hoy el asentamiento humano más grande de
mundo, la hacen un complejo objeto de estudio. A menudo, cuando es comparada con
otras ciudades globales de escala similar, la tipología urbana de Tokio es descrita
por el ojo ajeno a esta cultura si no como monstruosa, al menos “excéntrica”, quizás
debido al contexto que se aleja de los sistemas referenciales conocidos. Más allá de
interpretaciones casuales, dicha premisa podría ser acertada si es entendida no
solamente como una cualidad referida a que el “centro”, concebido en el imaginario
colectivo de la ciudad occidental, ha quedado fuera, sino también que se trata de
una ciudad cuya centralidad es meramente simbólica y no formal. Es una idea que se
corresponde con nociones sobre lo mutable, lo incompleto y lo informe, que existen
dentro de un concepto del pensamiento Zen conocido como mujo
(無常).
Es relevante considerar la imagen distópica de la ciudad contemporánea, una idea que autores como Gyan Prakash han referido bajo el término de “post-urbanismo”,6 o que otros, como Douglas Kelbaugh, utilizan como uno de los tres elementos para entender la ciudad como un “urbanismo integrado”, junto con los otros dos términos de “urbanismo cotidiano” y “nuevo urbanismo”.7 Precisamente anidado bajo el discurso de lo posturbano, o de la ciudad más allá de lo urbano, haremos una analogía con las exploraciones del posthumanismo acerca del cuerpo más allá de la corporeidad y del cuerpo extendido. Más concretamente, nos gustaría reconsiderar los límites sobre el concepto de la prótesis y la aberrante relación que establece con el cuerpo que la recibe. Llevado al campo de lo urbano -y más en un sentido metafórico-, intentamos sustentar un nuevo término al que nos referiremos como “prosto-urbanismo”, buscando un acercamiento más híbrido y capaz de reconciliar teorías sobre lo orgánico y lo mecánico en materia de urbanismo.
Con origen en la raíz griega prostithenai (pros, adherir;
tithenai, colocar), el concepto de prótesis fue usado primero
como un término médico para referirse al reemplazo artificial de alguna parte
faltante de un cuerpo. De manera similar, el ideograma japonés que se utiliza para
esta idea es gishi (義肢), cuyo primer ideograma,
gi- (義-), tiene connotaciones sobre lo artificial y lo
reemplazable, y el segundo, -shi (-肢), se refiere a algún miembro
del cuerpo. Especialmente, el primer ideograma es de carácter muy ambiguo y
representa también la idea de “justicia”, una de las cinco virtudes que los huma-nos
deben poseer en el confucianismo. Cuando es combinado como prefijo hemos dicho que
denota artificialidad, pero como sufijo denota ideologías -“ismos”, como en los
conceptos “nacional-ismo” (愛国-主義) o “altruismo” (愛他-主義), por mencionar algunos
ejemplos. A partir de ello podemos elaborar un argumento para entender que la
artificialidad y mutabilidad bien pueden constituir el origen de una nueva ideología
urbana.
Reinterpretación de una metáfora urbana, original de O.M. Ungers, City Metaphors, 1976. Rafael A. Balboa
Edificos con características de arquitectura tipo Kanban Kenchiku, según el historiador Terunobu Fujimori, cerca del área de Yushima. Fotografía: Rafael A. Balboa
Edificio cerca de la zona de Kappabashi Fotografía: Rafael A. Balboa
Más concretamente, en cuanto a la arquitectura, fue a partir de 1960, con el inicio del grupo de los metabolistas, que la disciplina en Japón experimentó una ideología que transformaría el modo de entender la ciudad. Por primera vez en la escena de la arquitectura internacional se veían con mucho interés las ideas de un grupo de jóvenes donde figuraban nombres como el de Kiyonori Kikutake, Fumihiko Maki y Kisho Kurokawa. Muchas de sus ideas habían sido influenciadas por Kenzo Tange, quien había trabajado anteriormente en el plan para la reconstrucción de Hiroshima y que el mismo año también presentaba su proyecto para la bahía de Tokio. Las propuestas del grupo apuntaban hacia lo que podríamos considerar los orígenes de una arquitectura protésica, donde mega estructuras eran hibridizadas con la idea del crecimiento orgánico. Contrastaban con las ideas positivistas y de progreso del grupo, la postura de Arata Isozaki, quien se rehusó en un principio a formar parte del mismo. Isozaki, a diferencia de los otros, encontraba una fascinación por la ciudad en ruinas, a la que comparaba con el sentido finito del cuerpo humano. Quizás había entendido mejor el valor de aquel monstruo destructivo del que hablábamos antes y del proceso que ciudades y organismos compartimos: nacer, crecer y morir.
Desde la perspectiva del prosto-urbanismo, la prótesis en la ciudad es entendida no sólo como un vehículo tecnológico, sino como una figura retórica que comprende otros aspectos del concepto, como son materialidad, capacidad de reemplazo, perfomatividad y ubicuidad. En principio, cualquier instrumento que pueda servir como mediador entre el cuerpo humano y el entorno puede ser visto como un dispositivo protésico que extiende (y en algunos casos también reduce) las capacidades innatas del cuerpo. Desde cada uno de los componentes en la armadura de un guerrero samurái y su espada, hasta la vestimenta y delicados utensilios que usa un maestro en la ceremonia del té, el cuerpo se convierte en una entidad extendida, ya sea para intimidar o para seducir. En esta mutua dependencia con el instrumento existe un objeto que se agrega y un sujeto que lo recibe y utiliza (objeto protetizador y sujeto protetizado). Bernard Stiegler observa que la prótesis no es solamente una mera extensión del cuerpo, sino parte fundamental de nuestra condición humana.8 Elizabeth Grosz, reconociendo un impulso protésico contemporáneo, hace énfasis en que los cuerpos vivientes “tienden” hacia la prótesis.9 Desde esta perspectiva, el cuerpo adquiere una nueva naturaleza híbrida propia del monstruo.
Al igual que extendemos nuestros cuerpos en la contemporaneidad, se pueden observar muchos
edificios en zonas de consumo intensivo dentro de Tokio, como Shibuya, Shinjuku,
Ueno, Akihabara, Ginza y Asakusa, donde el elemento dominante no son los edificios,
sino aquéllos de menor escala que se agregan en las superficies de los mismos. Esta
tendencia protésica no es particular de Tokio y puede verse en otros grandes centros
de consumo en el mundo, donde los signos luminosos y anuncios espectaculares son en
sí mismos el paisaje urbano. En el caso de Tokio no es un asunto que esté
completamente regulado, y tiene características muy específicas en cada zona. El
historiador y arquitecto Terunobu Fujimori utiliza el término kanban
kenchiku (lit., “arquitectura de letreros”) para referirse a esta
tipología de edificios, los cuales datan desde el periodo Edo, cuando Tokio se
consolidaba como un gran centro de intercambio.10 Desde entonces había letreros de madera junto con
otros de carácter temporal; ambos coexistían con los edificios y la muchedumbre.
Fujimori advierte también que las formas y la innovación eran determinantes para
atraer más gente, algo que hoy ha devenido en una especie de monstruo lúdico con
infinidad de formas y colores que cambian por toda la ciudad constantemente.
Edificio de apartamentos Toei Miyashita-cho (actualmente en demolición) a la entrada de Cat Street, Shibuya. Fotografía: Rafael A. Balboa
Conclusiones
El arquitecto japonés Kengo Kuma mencionaba que el miedo es una emoción que motiva a la gente a cambiar, y quizás dentro de él existan algunas respuestas para la ciudad del futuro. Las ciudades contemporáneas encarnan finalmente una paradoja fundamental al representar, por un lado, uno de los grandes triunfos de la civilización, pero son, por otro, escenario y germen de algunos de nuestros mayores temores. Cual monstruos que van expandiéndose y colapsándose casi de manera orgánica, hay poca certeza sobre lo que puede derivar de ellas. A pesar de las múltiples teorías que han intentado desmenuzar la complejidad de las fuerzas que se repliegan en la topografía cultural y emocional de las ciudades, el urbanismo como disciplina está obligado a mantener cierto escepticismo para poder seguir produciendo nociones alternativas sobre el fenómeno urbano, entendido más como una yuxtaposición de fuerzas específicas entrantes y salientes que van deformando nuestras ciudades, y la relación emocional que establecemos con ellas de manera muy particular.
Edificio de apartamentos Toei Miyashita-cho (actualmente en demolición) a la entrada de Cat Street, Shibuya (fachada frontal).Fotografía: Rafael A. Balboa
En este sentido, la ciudad de Tokio ha nutrido bien el imaginario colectivo sobre los mitos de lo caótico, lo entrópico y lo incoherente, así como de lo futurista, lo denso y lo intenso. La ciudad concebida como un monstruo nos hace pensar en la extraña relación que tenemos con ella, donde nos ha consumido y nosotros a ella. Nos recuerda el síndrome de Frankenstein visto desde la óptica del escritor Alberto Manguel, quien señala la dualidad del monstruo: por un lado es un cosmopolita, resultado de la colección de partes provenientes de todo el mundo, pero por otro la suma de todas las partes termina siendo un nuevo extraño;11 de ahí concluimos, Tokio es un monstruo.
Cruce en la zona de Ueno Okachimachi.Fotografía: Rafael A. Balboa
Cruce principal en el área de Shibuya.Fotografía: Rafael A. Balboa
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