Editorial Paisaje_Ciudad_Tiempo_

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Cristina López Uribe

Resumen

En lo sucesivo, el espacio por sí mismo y el tiempo por sí mismo 

están condenados a desaparecer en las sombras, 

sólo una especie de unión de ambos 

preservará una realidad independiente 

Hermann Minkowski, 1908

                                  

En su libro Espacio, tiempo y arquitectura, de 1939, Sigfried Giedion explicó que los viajes a alta velocidad y los medios de comunicación contribuyeron a crear la experiencia fragmentada que definió la metrópoli moderna. Según Giedion, el movimiento moderno fundió por primera vez la experiencia del interior y del exterior, creó la percepción espacial simultánea de los distintos niveles de los edificios y obligó al espectador a desplazarse para abarcar las distintas facetas de un edificio; de esta manera introdujo la dimensión temporal anunciada por el cubismo. Las obras maestras del cubismo son ejemplo de una integración nueva del espacio y el tiempo a partir del movimiento, la fragmentación y la recomposición de las imágenes. Desde ese momento, los arquitectos y los artistas abandonaron la idea de un mundo externo de objetos estáticos –como lo muestran la representación en perspectiva y la narrativa lineal–, y entraron a la realidad dinámica experiencial de la percepción y la conciencia humanas. Hoy, el espacio y el tiempo están aún más contraídos que en los primeros años del siglo xx. 

La arquitectura, desde hace siglos, aspira a la eternidad y lo permanente, sin embargo, cada vez más diseñamos edificios que tendrán una duración muy corta, definida por la caducidad de sus materiales. La aceleración, como condición que experimentamos en cualquier ámbito del mundo capitalista, convierte toda actividad humana y todo producto de ésta en algo efímero. El diseño industrial toma en cuenta esto obedientemente, con el concepto de obsolescencia programada, pero por otro lado, se sigue enseñando que la trascendencia es una de las grandes aspiraciones de la arquitectura. 

Los fenómenos urbanos son inconcebibles fuera del tiempo. La incapacidad o dificultad de planear, hacer diseños urbanos o reglamentos para los barrios y ciudades constatan una y otra vez que la ciudad es un organismo vivo y en constante mutación, la mayoría de las veces impredecible, al menos de una forma absoluta y medible científicamente. Los esfuerzos en esta dirección presentan mapas de movimientos de las personas en el espacio urbano, los cuales necesariamente se tienen que contrastar con información subjetiva obtenida por otros medios. 

En la arquitectura de paisaje, el tiempo es un componente fundamental. Los paisajes diseñados pueden influir en nuestro sentido individual o nuestra conciencia de la temporalidad –nuestra experiencia de la forma en que el tiempo pasa. Pueden comprimir o estirar nuestra percepción del tiempo. Estos proyectos toman en cuenta el paso por las distintas estaciones, la duración de la vida de cada especie y la memoria geológica de cada lugar. A diferencia de la concepción cerrada de la arquitectura, su inauguración como obra terminada no es un momento glorioso congelado: se hace más evidente con la arquitectura de paisaje que es con el paso del tiempo que los entornos diseñados adquieren su sentido. 

Gran parte de la arquitectura actual –y su educación– ignora o niega las transformaciones que ocurren en el mundo de la tecnología. Las nuevas tecnologías permiten la ubiquidad, la simultaneidad, la instantaneidad, la virtualidad, la interactividad remota y los cómputos en tiempo real. Hoy, estos conceptos forman parte de nuestra vida cotidiana, los medios de comunicación, mientras más nos acercan, nos alejan más espacialmente. Al mismo tiempo experimentamos una dilación del tiempo: cada milésima de segundo se expande hasta percibirse como algo eterno, especialmente en nuestra interacción con las nuevas tecnologías, que prometen lo instantáneo. 

Los diseños deberían perseguir una filosofía estética y de comprensión del mundo basada en la fugacidad o impermanencia (la transitoriedad o la no permanencia), que describe de mejor manera nuestra experiencia en el mundo. La flexibilidad de los diseños podría permitir su adaptación a otros momentos y usos, distintos de los que se pueden prever en el momento de su planeación. 

La arquitectura contemporánea parece tener el objetivo de mantenerse joven, reluciente y perfecta, pero el tiempo mancha y ensucia las superficies. Las impresiones del tiempo –la pátina– subrayan las formas y la manera en que la lluvia y la luz del sol golpean sus superficies. Es posible prever la huella del tiempo, cronológico y meteorológico, en los edificios de la misma forma en que la prevé un paisajista. 

Hay una tendencia en cuanto a renovar constantemente nuestro entorno construido –incluso borramos nuestro pasado reciente. Los edificios o barrios en ruinas narran una historia no oficial de los lugares, son nuestro vínculo con lo que se ha ido, revelan los fragmentos del pasado distante. Son importantes para el descubrimiento de nuestro presente, incluso (o especialmente) cuando hablan de una historia que no es la oficial. Albergan la memoria de una cultura en constante y rápido cambio. Las ruinas no deben reconstruirse para acomodarse a nuestra idea del pasado. A veces no son bellas, pero tampoco lo es la historia. Los edificios reconstruidos se ven ajenos y divorciados de su historia; los pueblos y las ciudades restaurados resultan incómodos cuando los vemos relucientes y perfectos en su novedad. 

El desorden y la decadencia de las ruinas y los edificios abandonados nos muestran que el tiempo ha continuado, que el cambio ha ocurrido. Adquieren un significado distinto de la intención original del diseño; su función original se pierde con el tiempo y el desuso. Verlos nos da la posibilidad de reflexionar y aprovechar el tiempo que nos queda. A pesar de la tecnología moderna y de nuestras ansias continuas por ser relevantes, las cosas (y nuestro pequeño papel en el universo) tienen una fecha de caducidad. 

Cristina López Uribe

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Cómo citar
López Uribe, C. (2017). Editorial Paisaje_Ciudad_Tiempo_. Bitácora Arquitectura, (35), 2–3. https://doi.org/10.22201/fa.14058901p.2017.35.59705