En las sociedades capitalistas contemporáneas el error tiene una connotación negativa y es castigado. Independientemente de que sea inevitable, la equivocación no se puede tolerar en la cadena de producción implementada a partir de la Revolución Industrial. Las normas, leyes y demás absolutos reguladores del comportamiento humano previenen cualquier desviación. Sin embargo, al estudiar la historia de la arquitectura es imposible dejar de observar que fueron precisamente las desviaciones de las normas las que permitieron que nuestras disciplinas respondieran a los cambios sociales y culturales ocurridos en la realidad. Sin las transgresiones a los dictados de la Academia del siglo xix, las vanguardias y el movimiento moderno jamás hubiesen podido existir. La arquitectura, la ciudad, el espacio público y los objetos necesarios para la supervivencia de las sociedades modernas son resultado de caminos errados desde un punto de vista conservador. 

La mentalidad científica de la modernidad creó la ilusión –que hasta hoy veneramos ciegamente– del proyecto, es decir, una representación de un objeto completamente separada del mundo, que creemos con cierta ingenuidad, que existirá con toda su perfección en la realidad gracias a nuestro control obsesivo; en él, el error no tiene cabida. Invariablemente, al aplicar el proyecto a la realidad, observamos errores que son expresiones del contacto con el mundo en el que se actúa. La arquitectura, el urbanismo o el diseño se basan en la metódica y exacta planeación al milímetro, sin embargo, deben sus resultados en mayor medida a los errores, las incertidumbres y el azar.

Errar también significa deambular, andar sin rumbo fijo para, tal vez, descubrir nuevos horizontes. ¿Es posible que nuestras disciplinas divaguen fuera de presupuestos económicos, del proyecto ejecutivo, del dibujo en papel, de las imágenes en las pantallas? En este número de bitácora buscamos reflexionar al respecto de una de la definiciones del errar en la que se le considera una virtud, del pensamiento, de la imaginación o de la atención.

DOI: https://doi.org/10.22201/fa.14058901p.2017.37

Publicado: 2018-05-25

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The Price of Formal Freedom

Marcela Delgado Velasco

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Carta a un profesor de arquitectura

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Hemos decidido no morir

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Casa González: Francisco Artigas

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Reseñas de libros

Diana Alejandra Cortés Aguilar, Ana María María, Peter Krieger, Gabriela Lee Alardín, Andrés Ávila Gómez

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